Píldoras de Historia

Las raquetas de nieve I

26/02/2018

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Para andar sobre la nieve pronto el hombre desarrolló unos utensilios que son el precedente de las actuales raquetas de nieve. Se dice que fue hace unos 10.000 años en Asia Central, bien con superficies planas de piel colocadas bajo los pies o bien mediante superficies redondas de madera, cuando comenzaría su uso. Parece probable, sin embargo, que en diferentes lugares del mundo se llegara, ante el mismo problema -andar en la nieve- a soluciones similares.

Los restos de la raqueta más antigua conservada fueron presentados por National Geographic hace unos años. Su hallazgo tuvo lugar en 2003 en la zona alpina de la frontera entre Italia y Austria y se la atribuye una antigüedad de unos 5.800 años. Fue "elaborada al doblar en círculo una rama de abedul de 1,5 metros de longitud y sujetarla con unas tiras que permitían apoyar el pie y que han mantenido su forma circular", según la información.

También en la Cordillera Cantábrica y en la zona de los Picos de Europa se desarrollaron, tiempo después, los conocidos como barajones, barayones o badajones, según las zonas. Mencionados ya en 1839 en el Semanario Pintoresco Español, en 1913 el escritor Antonio de Valbuena, que era de la zona leonesa de Riaño, publicó sobre ellos el siguiente texto, al que nos hemos permitido añadir tildes que faltaban:

«La nieve no es un cuerpo líquido, pero es un cuerpo blando, y la ley que rija la manera de sostenerse otros cuerpos sobre la nieve, necesariamente ha de tener analogía con la ley de flotación en los líquidos. Pues bien; sin haber leído las teorías de Arquímedes, y acaso mucho antes de su famoso ¡eureka!, observaron los montañeses de León que al posarse un cuerpo duro sobre la nieve desalojaba un volumen de ella mayor o menor, según la nieve estuviera más o menos densa o apelmazada y según el cuerpo fuera más o menos pesado, pero en igualdad de circunstancias, es decir, en la misma nieve y con el mismo peso, siempre el mismo volumen; y se les ocurrió que este volumen, siendo constantemente el mismo, podría perder en profundidad ganando en latitud y longitud, de donde fácilmente pudieron deducir como ley, que el hundimiento de un cuerpo sólido en una masa de nieve determinada, está en razón directa de su peso e inversa de su base.

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No creo yo que ellos formularan la ley así; pero la pusieron en práctica inventando los barahones, calzado supletorio del cazador, que tiene por objeto ensancharle la base.

Los barahones fueron probablemente en su principio unas tablas lisas rectangulares, de una pulgada de espesor, una tercia de longitud y una cuarta de anchura. Pero más tarde, el deseo de quitarles peso y añadirles comodidad les debió de ir perfeccionándoles poco a poco, hasta llegar a darles la forma que hoy tienen.

Compónese el barahón actual de dos zancas curvas de poco más de una tercia de largo, dos pulgadas de ancho y media de grueso, enlazadas por tres cadenas, pregadas en los extremos para sujetar las zancas. Tanto éstas como las cadenas han de ser de buena madera, usándose generalmente el haya, que a la condición de ser muy resistente, reúne la ventaja de pesar poco. En el centro de las cadenas hay unos agujeros por donde pasan unas correas que sirven como de asas para sujetar el barahón al pie. Después de bien calzado éste con zapato o con coricia y bien arrebujada la pierna en la angorra hasta la rodilla, se sienta el pie sobre el barahón y se sujeta por medio de una cuerda de guita, que se hace pasar por las asas de correa ya mencionadas.

Así prepara do el cazador, untando los barahones con jabón o con sebo para que la nieve no se pegue y no enzanque, y teniendo cuidado, hasta adquirir costumbre, de enarcar el paso, o sea de volear un poco el pie al levantarle para no enganchar el barahón en la otra pierna, a lo cual ayuda también la curvatura, puede andar por la nieve sin hundirse apenas, y perseguir y dar alcance a los jabalíes y aun a los corzos.»

Valbuena, que acompaña tan minuciosa descripción del dibujo que se adjunta, se centra en su uso en las cacerías, que debió ser importante, pero no era exclusivo. El gran escritor José María de Pereda, en su célebre novela "Peñas arriba", cita también su uso en otros contextos, como en la búsqueda de un "desaparecido" por la nieve al decir que «iban los expedicionarios provistos, ante todo, de barajones, unas tablas con tres agujeros cada una, en los cuales se meten los tarugos de las abarcas. No había nada como ello para andar sobre la nieve sin que se hundieran los pies ni se formaran pellas entre los tarugos.»

Había, como vemos, barajones con ligeras variantes, según fueran para llevar con albarcas (Ver) o no. Y también en la curvatura de las tablas, que en algún caso era inexistente o en la de las tablillas de unión.

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En 1916 se daba esta definición de los barajones campurrianos: «Compónense de dos listones paralelos de unos doce a catorce centímetros de ancho por treinta de largo; únense estos listones que suelen ser de abedul, por tres de igual madera, sujetándose el aparato al pie y garganta de la pierna, por correas.»

En todo caso, los barajones, con sus distintas variantes, estuvieron muy presentes en la vida de los pueblos altos de Liébana y de otras zonas de la Cordillera, al igual que en otras zonas del mundo contaban con utensilios similares, realizados siempre teniendo la madera como base principal.

Entre los usos que tenían los barajones no faltó desde bien pronto el recreativo, como veremos mañana.


Enlaces relacionados:

Raquetas de nieve II.

Raquetas de nieve III.

Raquetas de nieve IV.

Raquetas de nieve V.


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