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La abuela de Liébana cumple 105 años

11/08/2010

Lorenza Almirante apenas fue a la escuela, pues trabajaba a diario ayudando a su madre. Nació en el pueblo de Los Llanos, pero en 1936 se casó y se fue a vivir a la capital lebaniega

11/08/2010

Lorenza Almirante Salceda, vecina de Potes, cumplió ayer 105 años, rodeada de sus hijas, nietos y biznietos. La centenaria lebaniega, nació el 10 de agosto de 1908 en la localidad de Los Llanos, en el municipio de Camaleño.

De familia muy humilde, trabajó desde muy niña. "Perdí a mi padre cuando yo tenía tres años. Mis hermanos tenían 7 y 5 años, y fue un golpe muy duro. Mi madre fue una trabajadora incansable. Teníamos las tierras a medias, ya que estaban en poder de los ricos del pueblo, por lo que trabajábamos con las dos manos y solo recogíamos con una de ellas". Lorenza, a pesar de tener que trabajar, tuvo tiempo para ir a la escuela.

A la escuela

Recuerda que "al trabajar durante el día ayudando a mi madre en las labores de casa y del campo, iba andando por la noche a la escuela de Mogrovejo. Las clases eran de seis a ocho de la tarde, desde la feria ganadera de Los Santos, a comienzos de noviembre, hasta el mes de marzo, coincidiendo con la festividad de San José. Aprendí a leer y escribir, y llegué a dividir por dos cifras".

Lorenza Almirante vivió su niñez en su pueblo natal de Los Llanos y no salió de él hasta que un día recibió el encargo de su madre de ir a llevar unas mantecas a la localidad de Ojedo (Cillorigo de Liébana). "Tenía que ir andando y llegar hasta la casa de una señora que estaba enferma, para entregarla las mantecas. Las llevaba envueltas y metidas en un pañuelo. Yo sólo sabía que tenía que cruzar dos puentes sobre el río. En Potes, crucé el puente de San Cayetano y me dijeron que tenía que salir de la villa para llegar a Ojedo. Ya en la casa, entregué las mantecas y me dieron de propina 40 céntimos, con los que compré unas galletas para poder llevar a mi madreé.

Los recuerdos se agolpan en la mente de una mujer que ha vivido muchas experiencias, como cuando llegaban las navidades, celebrándose en familia, pero de forma muy humilde. Lorenza, dice que "se guardaban manzanas y castañas, y esos días se asaban a la lumbre. Era lo que había para cenar, y nos sentíamos muy felices. En el pueblo se cantaban los aguinaldos por las calles, y con lo que se recogía por las puertas de las casas, se hacía una comida".

Dos vacas

Sus dos hermanos tuvieron que salir muy pronto a trabajar fuera de casa. Uno de ellos ya de mozo tuvo que hacer la mili en África, y estuvo allí tres años. Las tradiciones religiosas se vivían en Liébana muy profundamente, y Lorenza recuerda como "mi hermano nos hablaba de las fiebres tan peligrosas que había en la zona donde estaba. Mi madre era muy devota de La Cruz de Santo Toribio y durante el tiempo que mi hermano estuvo en la mili, para que regresara con salud, acudió andando todos los viernes a Santo Toribio, al monasterio, desde abril hasta octubre. Iba siempre en ayunas".

Lorenza Almirante se casó en el año 1936 con Bernardo Dosal, vecino de Mieses, y fue a vivir a la localidad cercana a la villa de Potes. "Teníamos dos vacas, ordeñaba, y bajaba la leche en marmitas a vender a Potes. Por un cuartillo me daban un real. También bajé muchos años al mercado semanal de los lunes. Eran mercados con mucha concurrencia de gente, donde se bajaban a vender productos de todos los pueblos. Yo me ponía en la plaza a vender hortalizas, que se cortaban y preparaban el domingo por la tarde. Almorzábamos patatas, y se regresaba al pueblo al atardecer".

La Guerra en Potes

Debido a la cercanía de Mieses con Potes, Lorenza recuerda arder la villa lebaniega en la guerra civil. "Fue espantoso -afirma- ya que veíamos cómo caían las casas y cómo se apoderaba el fuego de la villa. El resplandor de las llamas era impresionante, así como el estruendo de las bombas. Parecía que llegaba el fin del mundo. Durante varias noches, dormimos en el carro que le habíamos llevado a un prado".

Lorenza Almirante, a pesar de ya no poder salir a la calle a pasear, que era una de sus grandes aficiones, es una mujer feliz. Ha disfrutado mucho cosiendo y haciendo punto de cruz, y en el centro de la Tercera Edad de Liébana recuerdan con cariño cuando acudía a charlar y jugar al bingo.

Su vida ha estado marcada por el trabajo, y es una mujer muy creyente, reconociendo que "rezo todas las noches al irme a dormir, y le doy gracias a Dios por permitirme llegar hasta aquí, con una gran salud, y disfrutar cada día de mi vida, de hijos, nietos, y biznietos". La centenaria lebaniega tiene dos hijas, tres nietos, y seis biznietos.

11-08-10 Fuente: El Diario MOntañes


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