Gabino Santos Briz. 1/6/2020
Un día como hoy, 1 de junio, en el año 1809 Potes fue escenario de uno de los grandes incendios que han asolado la Villa a lo largo de su historia. Aquel día era la fiesta del Corpus pero no se pudo celebrar debido a la ocupación francesa que, por aquellos días, padecía la capital lebaniega. Hacía unos pocos días que las tropas francesas mandadas por el mariscal Ney habían entrado en Potes y la habían encontrado, como en otras ocasiones, casi desierta ya que sus habitantes, tan pronto como se detectaba el acercamiento de las tropas invasoras, procuraban «llevar a lo más alto y más escondido de los bosques todo cuanto en las casas había que se pudiera transportar» y abandonaban las viviendas, refugiándose en pueblos más apartados.
Aquel 1 de junio uno de los pocos que habían quedado en Potes era Desiderio Aramburu, que era uno de los dos boticarios de la villa. Siguiendo instrucciones del brigadier Juan Díaz Porlier, comandante general de la División Cántabra que se oponía a los franceses, se había quedado para suministrar medicamentos a los heridos y enfermos, tanto españoles como franceses, ingresados en el hospital. Años después, Aramburu relató lo sucedido aquellos días a Ildefonso Llorente quien, probablemente con algún adorno de su cosecha, lo incluyó en su libro "Recuerdos de Liébana". Centrándonos en el incendio del día del Corpus, así lo narró:
«Al llegar la noche de aquel día, me hallaba yo con mi dependiente preparando medicamentos para el hospital, cuando un gran rumor, que oimos, de voces y precipitados pasos, me hizo salir a la puerta de mi casa y quedé mudo de terror. Un resplandor horrible iluminaba todo el barrio: el incendio devoraba las casas próximas, y también pronto la mía iba a ser presa de las llamas. Vi los soldados franceses salir de entre el fuego cargados con objetos, que a todo correr llevaban por las vecinas calles a... ¡sabe Dios a dónde! Comenzaba un humo siniestro a brotar de la techumbre de mi casa: comprendí que mi desgracia no podía ya tener remedio; y con la calma horrible del desesperado, empujé a la calle al dependiente, cogí una silla, salí como estaba, con la cabeza descubierta, cerré la casa y, sentándome en frente, me crucé de brazos, contemplando la terrible escena y abominando de todo corazón de los franceses, autores de tanto daño».
Para seguir, poco después:
«sentado allí, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza inclinada, hube de permanecer algunas horas, hasta que el dependiente, que lloraba junto a mi, me hizo notar que estábamos solos hacía largo rato, y que era necesario alejarnos de aquel sitio de exterminio y de tristeza. Mi casa y todas las que componían aquella manzana, ya no eran más que un triste y humeante montón de ruinas: el Cantón de Arriba había quedado sin su mejor barriada».
No fue esta la única barbaridad cometida por los franceses aquellos días. Tres días antes, el 29 de mayo, «fue sacrílegamente asesinado por los franceses» el presbítero Vicente Antonio Posada, que era el beneficiado de la parroquia de Potes. Según la partida de defunción, anotada tiempo después, «su cuerpo no recibió sepultura eclesiástica por no haver [sic] sido posible hallarle».
Estas son algunas de las calamidades que dejó la Guerra de la Independencia en Liébana.