"Píldoras de Historia"

La epidemia de cólera de 1855

Gabino Santos Briz

En 1855 tuvo lugar otra de las epidemias que a lo largo de la historia han asolado Liébana. Ese año fue el cólera, que afectó únicamente a las dos localidades más grandes de la comarca: Potes y Espinama. Según Ramón Lanza, fue en este último pueblo en el que se produjo la primera muerte, el 16 de agosto, en la persona de un vecino procedente de Castilla. En Potes, quince días después, el 2 de septiembre, se cobró su primera víctima, un hombre que enfermó "la noche antes con vómitos, diarrea y algunos calambres". A partir de entonces, durante mes y medio, Potes vio cómo se sucedían los fallecimientos: entre el 2 de septiembre y la segunda semana de octubre murieron 117 personas, aproximadamente el 12% de la población de la Villa.

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Mientras, en Espinama se vivía "una situación horrible y caótica en el cuidado de los enfermos y el entierro de los difuntos". Un solo día, el 13 de septiembre, murieron 6 personas, que se añadían a las 17 que iban muertas hasta el día anterior. El párroco, Alfonso González de la Ribera, había fallecido ya el 1 de septiembre. Se consideró que influyó en la extensión de la enfermedad el lamentable estado de su cementerio, en la iglesia y sus alrededores, donde, al parecer, se habían sepultado cadáveres a poca profundidad. A consecuencia de ello, la Junta de Sanidad lebaniega "prohibiría los enterramientos en este cementerio y ordenaría construir uno nuevo en sitio ventilado, así como echar cal y tierra sobre las viejas sepulturas". Por ello, el actual cementerio de Espinama se encuentra un tanto alejado del pueblo, al otro lado del río.

En Potes ya el 16 de octubre el alcalde daba por finalizada la epidemia, celebrándose incluso un Te Deum de acción de gracias, y anunciaba que la feria de Los Santos tendría lugar con total normalidad. En su comunicación destacaba que "vencidas desde el principio las dificultades que pudiera ofrecer la falta de enterradores y de asistentes para los coléricos del hospital y adoptadas otras disposiciones no menos acertadas, la población continuó tranquila sin que nadie abandonase sus casas a excepción del concejal D. Arias Bulnes", al que critica, ya que todos los demás concejales y los miembros de la Junta de Sanidad y Beneficencia estaban "invadidos del mal", teniendo el alcalde como único auxiliar al secretario municipal en las visitas a enfermos y "la ejecución de las disposiciones que me veía en la precisión de adoptar para evitar la consternación y el pánico entre estos habitantes". El alcalde destacó la labor de los dos curas (Tomás Soberón y Miguel de los Santos), el segundo de los cuales asumió además la dirección del hospital; del médico Diego Martínez y de los cirujanos José Asenjo y José de la Lama; de los guardias civiles, con su comandante de puesto, Ildefonso Macías, al frente; de los farmacéuticos; y de los jóvenes Claudio Pérez de Celis y Desiderio García de la Foz, por acompañar y apoyar a los médicos en sus visitas, y Mariano Bustamante, nombrado subdirector del hospital.

Lanza destaca que "lo más significativo de la historia de esta epidemia residió en la actitud de los responsables de la salud pública. Indudablemente contribuyeron con sus enérgicas medidas a contener la epidemia de cólera y aislarla en estos dos focos primarios, Potes y Espinama, y tal vez a su iniciativa de control y bloqueo de la población en sus pueblos respectivos deba atribuirse parte del éxito durante el primer brote colérico de 1834".

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