Historia

Un poco de Historia

Es tarea imposible precisar cuándo comienza la ocupación humana de Liébana. Los restos más antiguos que han llegado hasta nosotros pertenecen al Paleolítico Medio, un amplio periodo que abarca desde los 200.00 hasta los 35.000 años antes de Cristo. Se encuentran en la zona del Desfiladero de La Hermida y aledaños y corresponden, en concreto, al musteriense. Se trata de los hallazgos en las cuevas de la Mora, del Esquilleu y de Fuentepara, en Lebeña, y en el abrigo del Arteu, en La Hermida, además del yacimiento al aire libre de El Habario, en Pendes.

Más reciente en el tiempo, de entre 8000 y 5000 a.C., es el yacimiento del Abrigo de La Mina, en Dobarganes. En él se encontraron materiales de sílex que se han considerado correspondientes al Mesolítico (aziliense avanzado, en concreto).

La presencia humana en este yacimiento pudo coincidir en el tiempo con las primeras muestras de megalitismo en Liébana, del cual existen numerosas manifestaciones. Destaca, en particular, el conjunto de la Peña Oviedo y la zona inmediata de La Calvera, con más de una veintena de estructuras megalíticas visibles, estructuras de hábitat en el abrigo de La Calvera, cabañas, muro… Se trata de uno de los pocos yacimientos neolíticos al aire libre localizados al norte de la Cordillera Cantábrica, correspondiendo a una población dedicada a la actividad pastoril, complementada con recolección vegetal y práctica de la caza.

Existen megalitos igualmente en Pico Jano (en el paraje de Los Corros se han localizado once túmulos), en Áliva y Pedavejo, en Tresviso, en el collado de Pelea (Pendes-Bejes), etc.

Con el paso de los años se produce la llegada del pueblo cántabro. En Liébana hay quien sitúa a la tribu de los concanos, llegando a relacionarse su nombre con el del actual pueblo de Congarna. Otros autores, relacionan otro pueblo, Pembes, con la gente (una subdivisión de la tribu; el clan) de los "pembelos" que aparece citada en una estela vadiniense hallada en la zona de Cangas de Onís. Fuera la tribu que fuera, lo cierto es que se han localizado castros en Llan de la Peña (Dobarganes), Lerones y Cahecho, destacándose del primero de ellos la existencia de una gran muralla delimitándolo.

Los cántabros fueron atacados por los romanos, que querían completar la conquista de la Península Ibérica, en las conocidas "guerras cántabras", entre el 29 y el 19 a.C. En ellas, los Picos de Europa, el "Mons Vindius", juegan un papel importante al buscar refugio en ellos los cántabros. Los romanos los persiguen y, según algunos autores (Eutimio Martino, entre ellos), construyen numerosas calzadas para llegar a ellos y derrotarlos. En Peña Sagra habría tenido lugar un suicidio colectivo de cántabros que prefirieron la muerte a la esclavitud.

En Liébana se han encontrado varias estelas cántabro-romanas como las de Luriezo, Villaverde, Lebeña y Bores. Corresponden a los primeros siglos de nuestra era y prueban que, junto a la romanización creciente, se mantienen rasgos del pueblo cántabro.

Con motivo de la conquista de la Península por los árabes, los Picos de Europa se convierten nuevamente en refugio y centro de la resistencia. No sólo eso. Algunos autores sostienen que Pelayo, el caudillo que los derrota en Covadonga, era lebaniego. El destacado papel de Liébana en esta resistencia queda, en todo caso, reflejado en las crónicas que recogen aquellas primeras escaramuzas cuando, tras la batalla de Covadonga (año 722), dicen que los árabes huidos murieron, tras pasar por Causegadia (Cosgaya), al derrumbarse un monte sobre ellos, hecho que atribuyen a la intervención divina. "Subiedes peña fragosa / que sobre los moros cayó / y a los cristianos salvó / ved cosa maravillosa" dice una extendida cita al efecto.

Liébana es parte fundamental de aquel primer Reino de Asturias y parece plausible que los primeros reyes la frecuentaran mucho. Leyenda hay, por ejemplo, que sitúa en los montes próximos al pueblo de Las Ilces la muerte de Favila, hijo de Pelayo, a manos de un oso. Y Liébana, como lugar seguro, se convierte en el lugar de destino de muchos que huyen de los moros y de reliquias, como las llegadas de Astorga, entre las que figura parte de la cruz en la que Cristo fue crucificado, el "Lignum crucis". El monasterio de San Martín de Turieno, con el paso del tiempo convertido en Santo Toribio de Liébana, es el lugar que las recibe.

Tras los hechos de Covadonga y Subiedes, los árabes no vuelven a atacar Liébana. Aunque desde el Reino de Asturias se les sigue atacando para recuperar territorios, lo cierto es que pasan años sin ninguna confrontación y la vida se va normalizando en Liébana. Es una época en la que el papel de los monasterios es muy importante. Se fundan cantidad de ellos (más de una veintena), utilizados en muchas ocasiones como punta de lanza en la colonización de nuevos términos. Sólo unos pocos pervivirán en el tiempo y destacarán sobre los demás: el ya citado de San Martín de Turieno-Sto. Toribio de Liébana y el de Piasca, sobre todo, y, en menor medida, el de San Juan de Naranco, sito en la cabecera del Deva, cerca de Fuente Dé. Son estos monasterios, sobre todo, los que contribuyen al desarrollo del feudalismo en la comarca. Las grandes extensiones de terreno que adquieren, les sirven para tejer unas relaciones de dependencia hacia ellos. Y son ellos también los principales impulsores de la extensión del cultivo de la vid, que perdura hasta hoy.

En el siglo XIV, Liébana pasa a formar parte del Señorío de don Tello, hijo de Alfonso XI y Señor de Castañeda. Tras él, pasa a su hijo Juan Téllez. La muerte de éste, dejando una hija, Aldonza de Castañeda, y el hecho de que su viuda, doña Leonor de la Vega, se casara en segundas nupcias con Diego Hurtado de Mendoza, con quien procreó a Íñigo López de Mendoza, originó enfrentamientos entre las familias de los Manrique (uno de ellos, Garci Fernández Manrique se había casado con Aldonza) y los Mendoza, que no concluirían hasta mediados del siglo XV con la adjudicación del señorío sobre Liébana al Marqués de Santillana y, tras él, a su hijo, el Duque del Infantado. La Torre del Infantado y la de Orejón de la Lama, en Potes, son de esta época.

El señorío de los Duques del Infantado durará hasta el siglo XIX. Su dominio, sin embargo, salvo en el cobro de algunos tributos, no afecta a la vida de los pueblos lebaniegos que se gobiernan a través de concejos de vecinos que eligen a sus regidores cada año. La economía es de subsistencia, tratando de producir lo necesario para el consumo propio, aunque no se elude, cuando es posible, la comercialización de excedentes que se hace, sobre todo, en los mercados de Potes, regulados desde al menos la Baja Edad Media. La cada vez mayor especialización de los pueblos altos en la producción ganadera y de los bajos en los cultivos cerealísticos y de vid contribuyó a los intercambios. En todo caso, quienes buscaban algo más, lo encontraron en la emigración, al Nuevo Mundo sobre todo. Allí, algunos de ellos lograron fortuna, de la que hicieron partícipes a sus pueblos de origen con la fundación de escuelas y obras pías. El caso de Alejandro Rodríguez de Cosgaya, en Espinama, en el siglo XVIII, es el más conocido. Otros indianos destacados fueron los condes de La Cortina, originarios de Cosgaya pero establecidos en Salarzón, donde financiearon la iglesia neoclásica del pueblo, además de su palacio.

A principios del siglo XIX, con la ocupación francesa de España, Liébana, con su particular geografía, vuelve a jugar un papel importante en la resistencia a la conquista, hasta tal punto que se la llegó a conocer como "España, la chica". La guerra de guerrillas practicada contra el invasor fue constante. Trece veces entraron en Potes las tropas francesas y otras tantas fueron desalojadas. En Colio se estableció una academia de caballeía de los guerrilleros, que, con Díaz Porlier, "El Marquesito" al frente, tuvieron en Liébana buena base de operaciones.

Superada la invasión francesa, el siglo XIX se caracteriza en Liébana, sobre todo, por los cambios económicos. La agricultura se transforma con la difusión del cultivo de la patata y, en menor medida, del maíz, llegados de América. El descubrimiento de yacimientos de cinc en los Picos de Europa a mediados de siglo provoca que, tanto en Ándara como en Áliva, se establezcan compañías mineras que llegan a dar trabajo a cientos de lebaniegos, tanto en las propias minas como en labores de carretería y transporte. Por último, ya a finales de siglo, se vislumbran las primeras muestras de las ventajas que puede reportar al valle el turismo. Pese a todo, miles de lebaniegos emigran en el siglo XIX. Cuba, Méjico, Argentina… son el destino principal.

Emigración que continúa y se acelera en el siglo XX, en el que la despoblación rural alcanza altas cotas, sobre todo en los años 50 , 60 y 70. Los destinos ya no están sólo en América. Santander, Torrelavega, el País Vasco y otros puntos de España y Europa serán el destino de miles de lebaniegos. La agricultura y ganadería no permiten mantener tanta población como existía. La minería, con la excepción de la mina de Áliva que, con cierres temporales, perdura hasta 1985, no es alternativa. Sólo el turismo, que se fomenta de un modo especial desde los años 1960 con la construcción del Parador Nacional y del teleférico, en Fuente Dé, parece ayudar a frenar el éxodo, aunque no lo evite. Consecuencia: la población se reduce hasta bajar de los seis mil habitantes y, además, con un envejecimiento notable, con la excepción de Potes.

Puede verse también la sección de Píldoras de Historia.


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